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Crónica de un encierro

Barcelona (España). Ésta es la crónica de un enCIErro que, por una vez, terminó bien. Sánder y su hermana, protagonistas de esta historia, pudieron celebrar su liberación con miembros de la Campaña "Tanquem els CIEs" tras una lucha sostenida frente a la brutal violencia de unas instituciones que vulneran de forma sistemática un puñado de derechos humanos. Reproducimos la crónica publicada por Lali Sandiumenge en el blog Guerreros del teclado.

Crónica de un encierro

Era el miércoles pasado por la noche. Sánder dormía en el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Aluche, dónde lo habían llevado unos días antes desde el de Zona Franca. Lo despertaron, le dieron una bolsa para guardar sus escasas pertenencias y lo llevaron a Barajas. Era la tercera vez en un mes que intentaban deportarlo a Bolivia, su país de origen. Una vez más, no avisaron a Leidy, su hermana, ni a Miriam, su novia, que intentaban liberarlo contra reloj desde Barcelona, donde viven. Sánder se resistió de nuevo a la expulsión y consiguió bajar del avión. Menos de dos días después, el viernes, lo dejaron en libertad. Llevaba 57 días encerrado y el máximo es de 60. Esa noche, mientras celebraba ya en Barcelona con su familia y miembros de la plataforma Tanquem els CIEs el fin de su calvario, les llegó otra buena noticia: Reduán, un chico marroquí con el que había coincidido en el CIE de Zona Franca, también había conseguido salir y estaba ya en casa. Mucho antes, el 23 de enero, lo había hecho Yussif, un ghanés vecino del barrio de Poble Nou. “Tres de cuatro. Pero todavía queda Khadi”, recuerda Tanquem els CIEs, en referencia a la crónica que escribí hace unas semanas, en la que contaba los casos de Yussif, Reduán, Sánder y Khadima, que sigue encerrado.

La noticia de la liberación de Sander le llegó a Leidy mientras charlábamos en una cafetería de Barcelona. Estaba contándome la odisea legal que ha vivido durante estos dos meses para defender a su hermano. Desgranaba agotada un relato de tintes kafkianos, emocionada, llorando a ratos y desesperada, cuando recibió un mensaje en su móvil de Tanquem els CIEs: “Los compañeros de Madrid dicen que Sánder ya no está en el CIE y que la policía dice que está en libertad”. Hizo una llamada y lo pudo confirmar, Sander estaba ya de regreso a Barcelona con los 50 euros que había podido mandarle unos días antes por giro postal. Su hermana reaccionó entre la alegría, el alivio y una cierta incredulidad: a estas alturas, ya había dado la batalla por perdida. También Amina reaccionó esa noche entre la euforia y el pánico a la liberación de su primo Reduán. “Le he dicho que ni se le ocurra salir de casa hasta que no tenga los papeles en regla”, me contó ayer por teléfono. Amina no las tenía todas consigo: antes de dejarlo salir, les habían avisado que Reduán sería repatriado hoy a Marruecos.

Luchar por nada

“Yo ya estoy resignada. Me he cansado ya de luchar por nada, como si ya no tuviera bastante”, me contó Leidy el viernes cuando todavía no sabía que Sánder estaba en libertad. “Hemos hecho todo lo que hemos podido y no ha servido de nada. ¿Esta es la justicia que hay aquí? ¿A qué justicia me atengo? ¿Cómo hago para que alguien me escuche? ¿A quién recurro? ¿Por qué se ensañan con un chico porque no tiene papeles cuando ves en la tele que hay tanta gente con millones escapándose?”

No sé si lo que han vivido Sánder y Leidy a lo largo de estos 57 días es un caso particular o refleja la peripecia general de las personas que son encerradas en los CIE y de sus familias. La suya, en todo caso, rezuma indefensión y arbitrariedad. Los intentos de deportación de Sánder, según denuncia Leidy y Tanquem els CIEs, se han producido de forma irregular. Ni en el primero ni en el segundo, en el CIE de Zona Franca, se avisó a la familia de que iba a ser repatriado. En el primero, lo despertaron a las cinco de la mañana y lo metieron en el avión, esposado y tras sacarle los cordones de los zapatos. “En el segundo intento, la policía le dijo que se preparara porque lo dejaban en libertad, pero al salir del centro lo esposaron, lo metieron en un coche y lo llevaron directamente al aeropuerto de Barajas”, explican desde la plataforma, que considera el engaño “una situación de verdadero maltrato psicológico”. Durante el tercero, ya en el CIE de Madrid, donde lo internaron tras perder el avión hacia Bolivia, se incumplió el derecho del interno a ser avisado con doce horas de antelación de su expulsión, como obligaron a partir de febrero del año pasado los tres juzgados de instrucción que se ocupan del control del CIE de Aluche después de que uno de ellos emitiera un auto demoledor sobre las condiciones de encierro de los internos. Leidy añade un dato preocupante más: Sánder iba a ser enviado en avión con lo puesto a La Paz, cuando es originario de Cochabamba, a casi 400 quilómetros de distancia.

Si Sánder ha vivido estos 57 días de susto en susto, su hermana ha pasado también por un auténtico calvario. Leidy se enteró de que lo habían internado en el CIE el 17 de diciembre pasado estando en Bolivia de viaje. Pesaba sobre él una orden de expulsión emitida en agosto tras una pelea con una chica que presentó una denuncia por violencia de género, aunque más tarde la retiró. Leidy cuenta con asombro que la abogada de oficio que le tocó en suerte presentó un recurso contra el encierro casi sin documentarse y sin entrevistarse con Sánder y después no supo que iban a deportarlo. “¿Cómo puede ser que no lo supiera? Intenté hablar con ella y no hubo manera. ¿Y cómo puede ser que si hay un recurso presentado lo expulsen? ¿Para qué sirve entonces el recurso?”, se pregunta. Tampoco fue positiva la experiencia ni fluida la comunicación con el abogado privado que le recomendaron, aunque le pagó los 500 euros que le pidió por llevar el caso. Leidy tuvo que realizar personalmente algunas de las gestiones, como pedir el expediente a la abogada anterior y hablar con la secretaria del juzgado.

La ubicación del CIE (perdido entre almacenes en la Zona Franca) y el régimen de visitas, de 10 a 12 de la mañana, dificulta además que las familias puedan apoyar a los internos. Más difícil es todavía para Leidy, de 37 años, que trabaja de enfermera en una mutua y es madre soltera de un par de gemelos de unos tres años con los que Sánder le echaba una mano. “De lunes a viernes trabajo y no podía ir a verlo. El sábado hacía el trayecto con los dos niños. Tardaba más de una hora y media en llegar y sólo para poder estar con él diez minutos y hablar a través del teléfono. Es terrible, no te dejan ni abrazarlo, parece que sean criminales. Ni siquiera el día de Reyes ni el día de año nuevo permitieron que los niños le dieran un abrazo”, se lamenta.

La plataforma Tanquem els CIEs no sabía hoy todavía los motivos de la liberación de Sánder y Reduán y tampoco el papel que ha jugado la presión (y el apoyo) de la red estatal que lucha por el cierre de los CIE (@tanquemElsCIEs, @CIEsNo, @ciesnomadrid, @Brigadas DDHH). Habrá que esperar mañana a ir al juzgado. Ambos llevan tiempo viviendo en Barcelona en situación irregular, simplemente porque no consiguieron trabajo, pero cuentan con familias arraigadas ya en la ciudad y con medios económicos. Reduán vive con sus tías, que lo mantienen. Sánder, que llegó en 2007 a los 19 años, estuvo empleado durante tres en una frutería pero no le hicieron contrato. Ahora ayudaba a Leidy con los críos y las tareas domésticas y trabajaba esporádicamente cuando encontraba algo eventual. “Es mi hermano, es como mi hijo, es como el padre de mis hijos. Yo solo lo tengo a él. Su vida está aquí”, se desesperaba Leidy el viernes sin saber que Sánder ya estaba de camino a casa.

Más información sobre la participación del equipo FUTURA en la Campaña por el cierre de los CIE: Cette adresse e-mail est protégée contre les robots spammeurs. Vous devez activer le JavaScript pour la visualiser.

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